manos que reflejan el proceso, transformación y gestalt

PROCESO, TRANSFORMACIÓN Y GESTALT
(la novísima Gestalt)

Por Toni Aguilar Chastellain

En la terapia Gestalt, el término “proceso” indica el movimiento que acontece cuando se tiene la suficiente paciencia y motivación para atender los asuntos que van apareciendo en la conciencia, durante ese recorrido que supone el proceso terapéutico, y que en mitología se denomina “viaje del héroe”.

La transformación del ser humano es la intrépida aventura de buscarse a sí mismo, buscar lo esencial más allá de los condicionamientos. Se atraviesan diferentes etapas que impulsan a cambiar creencias, modos de pensar, patrones de sentir y maneras de actuar. Como un ropaje antiguo que se olvida, el viaje transformativo es una experiencia sin vuelta atrás, pues los cambios que conlleva no se basan en un mapa previo, sino en el dibujo de una realidad que se crea momento a momento. El proceso de autoconocimiento acompaña la maduración del ser hacia una vivencia de libertad, autenticidad y naturalidad.

Al tomar profunda conciencia de nosotros mismos, de cómo funcionamos con nuestros vínculos y cómo respondemos a las exigencias y demandas del entorno, simplemente cambiamos. Dejamos de defendernos y atendemos a lo que sí nos importa. Nos damos cuenta de lo alejados que estamos de nuestra “casa interna”, que es la expresión de intimidad y conexión propia donde caben la vulnerabilidad, la ternura y la compasión. El proceso terapéutico es el viaje de vuelta a un hogar interior, donde no son necesarias las defensas, y que intuimos lleno de plenitud, paz y amor.

Durante el proceso cada individuo encontrará sus propios recursos. Como la larva que, después de atravesar diversas fases con sus peligros, muta en mariposa y vuela, delicada y alegremente, mostrando sus vivos colores. Para llegar a actualizar la propia potencialidad, no se trata de ser de una determinada manera, sino de ser. Por ello, no existe el modelaje sino la escucha.

El arte de la terapia consiste, como decía Miguel Ángel de su oficio, en extraer de un bloque de mármol la escultura maestra, la belleza que se esconde adentro y espera ser descubierta. La forma que adopta el proceso transformativo es en ocasiones dolorosa. Visitar los lugares prohibidos, las heridas infantiles, las humillaciones y los errores como una forma de exponer a la luz ese tejido abierto, que tiene que cicatrizar para ser sanado y convertirse en un recurso en lugar de un obstáculo.

A menudo, partimos de una capacidad de percibir nuestra realidad algo mermada, como se dice en las tradiciones espirituales, el humano en estado de vigilia está dormido. Lo peculiar de este estado, que en psicología se denomina “neurosis “, es la disminución de la capacidad de darse cuenta, de vernos a nosotros mismos y al otro. Incluso, tenemos poca conciencia de tener poca conciencia y vamos repitiendo patrones obsoletos, que vienen de la infancia y nos dejan insatisfechos.

El periodo de confinamiento ha activado en nosotros los mecanismos de defensa, formas de permanecer ciegos ante una realidad que duele, da miedo porque amenaza el equilibrio, la vida o el sustento. ¿Cuántos de nosotros hemos negado la gravedad de una situación que ahora se revela devastadora y de cuyas consecuencias dañinas desconocemos todavía el alcance?

Nos hacemos insensibles, perdemos las ganas de salir, compartir y experimentar, nos encerramos en casa por miedo al vecino, al control y a la crisis. Acudimos a terapia porque no nos sentirnos amados y, al ahondar en nuestro ser real, descubrimos nuestra incapacidad de amar, lo que acabará siendo el motor del proceso vital.

En los tiempos del Covid-19, muchos nos hemos replanteado los vínculos de amor: la pareja, el prójimo, los parientes, la amistad. Las prioridades han modificado un territorio que parecía inamovible. Surgen la necesidad del otro y de ternura, las ganas de compartir, abrazar y amar. Nuestro corazón tiene argumentos que la razón desconoce. En la soledad del encierro, los duelos se han activado buscando ser llorados, tenidos en cuenta y completados. La imposibilidad física del acompañamiento en el tramo final de la vida ha producido rabia y dolor. Pero, ¿quién nos ha enseñado a gestionar estas emociones?, ¿es nuestra educación una enseñanza válida para los estados emocionales?, ¿o es una máquina que produce personas alienadas?

En todo esto, La Gestalt tiene mucho que decir o, mejor dicho, que proponer. Amplía la mirada a los procesos internos, descubriendo un movimiento natural hacia la sanación y la completitud. Nuestro cuerpo es sabio: es cuestión de presencia y conexión, y de dejarle hacer. Mediante técnicas psicodramaticas, podremos llenar ese espacio vacío con las palabras que no se dijeron, los llantos y enfados no vivenciados, las caricias no pedidas y las no ofrecidas. Limpiar las relaciones y los vínculos es una asignatura pendiente para muchos de nosotros. La transparencia y la posibilidad de decir las cosas como se sienten son valores importantes en la incierta realidad que se nos presenta. La Gestalt nos anima a confrontar las emociones más difíciles. Tal vez la pandemia ha favorecido el resurgir de un miedo ancestral que está provocando ansiedad, pánico y fobias en un intento absurdo de controlar, y la Gestalt nos propone vivenciar el presente de forma íntegra, sin rechazar nada de lo humano. Nos ayuda a tocar los fantasmas del pasado para deshacerlos, alumbrando cualidades escondidas que esperaban a ser descubiertas. Nos otorga la libertad de responder ante nosotros mismos, no ante una civilización que se desvanece. La Gestalt claudiana nos invita a descubrir en nosotros la vida, para no tener que tomarla prestada o inventarla para hacerla encajar.

En estos momentos, la terapia es una herramienta para una transformación inevitable. ¿Cómo podemos negar que nuestra realidad externa refleja nuestro mundo interno? Esta crisis que afrontamos tú y yo, el ser humano, la humanidad, ya había sido anunciada por Naranjo y otros autores. Es el agonizante naufragio del navío Patriarcal.

La Gestalt propone entrar en el silencio para oír la voz que habla de ese mundo interior, rico y profundo, que solemos ignorar. Entonces, ¿cómo olvidar el silencio del confinamiento? Espacios abiertos desolados, sin ruidos, sin motores, sin parloteo. Silencio para la escucha interna, silencio para dejar de provocar interferencias y escuchar esa voz, tu voz, que clama por un mundo de valores renovados, un mundo humano de verdad: ¿qué harás? ¿qué haré? ¿qué haremos?… ¿qué necesitamos los humanos para transformarnos?